Recuerdo haberte visto hace algunas noches tirado
allí en medio del espesor de la niebla como un fantasma, en medio del mismo
silencio que nos unió; que nos atrapo en el insensible sonido del tiempo que
quedaba sumergido en medio de nuestros pechos que se ponían fríos y solitarios
como tu cuerpo, tendido en medio de la grama. Te vi, como una sombra…
como la penumbra de la noche que llega y oscurece toda luz, pero que es
apacible y hace sentir una serenidad casi igual a la de después de morir. Eras
tan intocable, que mirarte era un irrespeto, cerré los ojos para atraparte y
dejarte impregnado en mi mente para siempre, pero te escurriste como la arena
de mar en las manos… como pude yo caer en medio de este embrujo tan sublime que
me perpetuo tu voz; que me atrapo al primer sonido que emitieron tus labios,
que fue mi nombre ¡lo recuerdas! dijiste: “¿Elioth? que nombre tan raro… mmmm,
pero es lindo, como tu manera de mirar al suelo cuando yo busco tus ojos….” Allí
en medio de ese momento supe que te amaría para siempre, que el mundo me había
privilegiado por conocerte y que Dios existía…
Creo que en medio de este pensamiento
se me olvido que yo quería recordarte, para no olvidar la última
vez que te vi reír, y también la última vez que te bese y te amé… Yo estaba
enfrente tuyo mirándote desde lo lejos, tu allí tirado entre la grama inmóvil
con la mirada baja pensando quien sabe que -¿tal vez en mi?-, yo
jugaba con los dedos con algo de nervios, en medio del silencio que nos unía, que siempre hablaba más que nuestro dolor y empezaste a tararear una canción que
algún día me cantaste una noche como esta, pero no tan silenciosa, yo me
acerque a tu mirada que desde la distancia que me invitaba a acercarme como un león
que espera un paso en falso de su presa… esos eran nuestros juegos tú el
conejo yo el felino, te gustaba siempre ser la presa y luego jugar con el
depredador, una risa nostálgica se resbala ahora de mi rostro por saber que ya los
juegos aquellos han desaparecido y se han ido contigo para siempre. Ahí tirado
horizontalmente ante mi vertical mirada; tus manos se extendieron por la noche
como queriendo agarrar la luna, hacías dibujos con tus dedos y reías, tus ojos
se perdían en medio de los míos que brillaban como un faro para un pirata… Tus
ojos eran tristes como el mar sin luna y sin estrellas, aquella noche tu mirada
fue diferente, me decía adiós y aunque yo intente encubrir mi dolor no fue
posible detener mis lágrimas cuando mis manos intentaron cerrar tus parpados,
para hacerte dudar de querer irte para siempre de mi vida, esa noche me amaste
como nunca lo hiciste, fue nuestra última vez; los danzares nocturnos llegaron
a su fin cuando tus labios sellaron mi alma robándosela para siempre y
aprisionándola en tu corazón, tus últimas palabras las guardo como una profecía
que hoy se hace dolorosamente real… “tú y yo lejos desde ahora, pero unidos más
allá de la muerte”.